
San Bruno es el fundador de la orden de los cartujos. Tales monjes se entregaban a un silencio riguroso y absoluto, ese silencio que invade las fibras del cuerpo hasta llegar a lo más recóndito del ser, ese silencio opresor con el que no es fácil hacer compañía. Los cartujos, como es de suponer, se entienden entre sí a base de señas, mas para lo indispensable tan sólo: el fin que persiguen no es convertirse en grandes platicadores en el lenguaje de los sordomudos, sino penetrar a lo hondo de sí mismos en un intento de avizorar atisbos de lo hondo del universo... Dios. Dejémosles en su retiro, en su abandono del mundo y olvido de sí mismos; dejémosles en medio de sus batallas, de las tormentas de su alma; dejémosles, en fin, en compañía de la soledad a la que han aprendido a amar como los sabios aman a la muerte, a la que hacen su confidente y amiga.
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