
"La Muerte" del conjunto
"Los Novísimos" o "Las Postrimerías de la Vida"
Joseph Thaddäus Stammel me fecit (1760)
Allá en Admont (el monte Ad, en Austria) se erige, soberbia, la abadía benedictina de San Blas, cuya biblioteca alberga cuatro estatuas de José Tadeo Stammel. El conjunto se llama "Las Postrimerías de la Vida" y está comprendido por la Muerte, el Juicio, el Infierno y el Cielo. Vemos aquí la Muerte, entre los vetustos manuscritos y volúmenes que abrigan en su seno los tesoros de la humanidad: su ciencia.
Son los libros, entre otras cosas, arcas en las que esconde el hombre aquello de lo que teme desprenderse, aquello que pretende conservar y aquello que moriría de ver perdido. Las letras constituyen, empero, una espada con filo a entrambos lados, puesto que, si otrora tuvimos un destello de iluminación y generamos ideas novedosas y edificantes, no bien las plasmamos en tinta se aquietó nuestra alma. Mientras permanecían sin haber sido escritas, el espíritu las rumiaba y las hacía evolucionar y adaptarse a las veleidades del devenir de la existencia, en tanto que, al ser encerradas en dictámenes encuadernados, esas hermosas y fructíferas ideas se convirtieron en sentencias irrevocables y monumentos que con el tiempo corren el peligro de enmohecerse hasta perderse en el olvido.
Ya lo sabían los griegos, que urdieron trágicas fábulas en su mitología para ilustrar los peligros de la palabra escrita, y acaso lo sabían Jesús y Sócrates, quienes desecharon la idea de plasmar en caracteres sus discursos, de cuyas palabras sólo conocemos lo que escribieron Platón y los evangelistas.
¡Oh, maldición; oh, espejo de la fugacidad y el deseo, inalcanzable, de permanecer, de ser inmortalizado! A esta pobre y efímera raza se le ha condenado a ser consciente de la ligereza con que ha de transcurrir su paso por el mundo. Escribamos filosofía y poesía, y bebamos de su balsámico elíxir, gozándolo en tanto nos resta aliento.
Sic transit gloria mundi (así pasa la gloria del mundo)